viernes, 31 de agosto de 2012

La leyenda de Zelda: ocarina del tiempo.

Título original: The legend of Zelda: Ocarina of time
Año: 1998
Compañia: Nintendo



Volvamos más de diez años en el pasado. Al año 1998 para ser más exactos. Una época donde los gráficos en tres dimensiones aún se encontraban en su pubertad. Una prueba de resistencia y adaptación para grande clásicos que marcaron hitos en ocho y dieciséis bits. Ahora pensemos en Nintendo. La empresa de videojuegos más grande y reconocida del cosmos. Juegos transformados  en clásicos instantáneos. Clásicos instantáneos que se convirtieron en grandes sagas. Títulos como Super Mario, Castlevania, Metroid, Donkey Kong y un favorito de los gamers más fanatizados: The Legend of Zelda.
Nacido de la mente de Shigeru Miyamoto, considerado como uno de los dioses de la industria de los videojuegos, “La leyenda de Zelda” vio la luz en 1986 para la vieja y querida Nintendo clásica, más conocida como la “Nes”. Invitada esperada de todas las consolas que la marca ha sacado al mercado (a excepción de la fallida Virtual Boy), algunas veces mejor y otras no tanto, pero nunca decepcionante.
Este juego nos ponía en la piel de Link, un espadachín de la tierra de Hyrule, de aspecto infantil y rasgos élficos, embarcado en una odisea para vencer al malvado Ganon y evitar que se apodere de la Trifuerza.
Link vs Ganon.
La historia puede reducirse a la eterna y épica batalla entre el bien y el mal, pero es la jugabilidad y desarrollo de este título lo que lo ha convertido en algo mucho, mucho más de lo que se puede apreciar a simple vista.
Si bien en los videojuegos el género RPG (Role Playing Game) es anterior a Zelda y hoy en día cuenta con muchísimas sagas reconocidas en su haber (como Dragon Quest, Final Fantasy y Dungeons and Dragons), los componentes básicos del estilo, que demandan tiempo y paciencia para completarlos, encontraron un estilismo y encanto con esta aventura que no se había visto antes en las consolas.
A principios de los noventas, la primera entrega de este título para la Super Nintendo (SNES), llevó la franquicia a otro nivel de gráficos y complejidad que pareciera habían alcanzado su zenit. Con la aparición de los 64 bits, la expectativa por una nueva historia del héroe de Hyrule generaba tanta impaciencia como escepticismo.
¿Sobreviviría Link a su más grande desafío: la transición al mundo de las tres dimensiones?
Con el nombre “La leyenda de Zelda: ocarina del tiempo”, esta nueva entrega no solo colmó las expectativas, sino que elevó la saga a un nivel que antes parecía inalcanzable, transformando algo ya gigante en gigantesco.
Hyrule se veía colosal en su nuevo formato con sus bosques, civilizaciones submarinas, verdes valles, desiertos y montañas. Nuevos habitantes y personajes por descubrir, así como nuevos artefactos, armas,  argumentos narrativos y desafíos. La nueva tecnología también permitía una banda sonora más desarrollada que terminaba por cerrar la atmósfera épica que conlleva el juego desde su primera entrega. El tema principal de este título, compuesto por Koji Kondo (otro dios del panteón musical de los videojuegos), se ha vuelto tan reconocido como las bandas sonoras de John Williams.
Link y la "Espada Maestra".
Explayarme en los pequeños detalles del juego llevaría mucho tiempo y carecería del encanto que conlleva descubrirlos por uno mismo. Hoy en día, este se puede adquirir en la consola virtual de Wii, o puede ser descargado para pc en un emulador.
Aunque la cronología de la saga es motivo de discusión entre los fanáticos de la misma (inclusive el orden oficial publicado por Nintendo es sumamente confuso y deja muchos cabos sueltos) “The Legend of Zelda: Ocarina of Time” ha pasado a transformarse en una pieza de arte con sus diseños, personajes, escenarios y música que, aunque un tanto envejecido, mantiene su reputación y belleza a pesar del paso de los años.
Mientras exista Nintendo existirán Link y Zelda, Ganon, la Trifuerza, Hyrule y la “Espada Maestra”. Aunque la tecnología evolucione y nuevas entregas sean llevadas un paso más allá, no cabía duda para ningún gamer, que en 1998, el mundo de los videojuegos como lo conocíamos había cambiado para siempre.

domingo, 26 de agosto de 2012

Mentiras Verdaderas.


Título Original: True Lies
Año: 1994
Dirección: James Cameron


Pareciera imposible hoy día hablar de héroes de acción sin evocar a Arnold Schwarzenegger. Películas como Terminator, Depredador, Conan y Commando son sinónimos de una época donde todo era espectacular y explosivo. Frases supercool, músculos por doquier y descamisados que podían sostener una metralleta sin que se les cayera la ceniza de su habano.
Nueva caras como Sam Worthtington, Jet Li o Jason Statham han ocupado la pantalla manteniendo con vida un género que extraña viejas glorias, ausentes hoy día precisamente por eso: la vejez.
Sin embargo Hollywood ha respondido a este llamado con películas como “Rocky Balboa”, “Die Hard 4.0”, “Rambo” y “The Expendables”. Más allá de un juicio sobre la calidad de estas cintas, el eterno “nunca habrá una igual que la primera”, el presente y el paso de los años, junto con las nuevas dosis de lógica y verosimilitud que han empapado tantos géneros como el de los cómics, acción y hasta los slashers; han convertido a estos films en materia para los nostálgicos y un revisitar de viejas filmografías.
En vista del regreso de Arnold este 2012 con “The Last Stand”, con gusto volví unos cuantos años atrás para ver una película que en mi opinión es la mejor despedida de este actor en los noventas: “True Lies”.
Tom, James y Arnold.
Dirigida por James Cameron, a quién todo le sale bien (al menos en la taquilla, varias pirañas estarán en desacuerdo y en lo personal “Avatar” no me enloquece más allá de su fotografía y diseño de arte) dirige este film que reúne todos los atributos del género, e inclusive le agrega una gran cuota de comedia bien ejecutada gracias a grandes actuaciones y desarrollo de la trama.
Quitando de lado las películas de Terminator, las cuales parecieran pensadas para Arnold y nadie más que Arnold, “Mentiras Verdaderas” podría ser su mejor performance en una cinta.
Interpretando a un espía encubierto que lleva una doble vida como un vendedor de computadoras con una familia que desconoce su verdadera profesión. Harry Tasker (Schwarzenegger) está tras la pista de un grupo terrorista que podría poner en jaque a la población con armas de destrucción masiva. Durante el desarrollo de la trama, nuestro protagonista  pone bajo vigilancia a su mujer, de quién sospecha lo está engañando con otro hombre y sobre el final ambos deberán trabajar juntos para detener esta amenaza.
Resumido así pareciera una tontería, y quizá lo sea, pero Cameron hace un excelente trabajo mezclando y elevando los ingredientes del género para construir lo que es puro entretenimiento.
Tom Arnold junto con Schwarzenegger conforman una dupla peligrosamente cómica, mientras que aquella chica llamada Jamie Lee Curtis, quien supo derrotar a Michael Myers en el año setenta y ocho, regresa como una madre convertida en heroína de forma excepcional.
Excelente dupla.
Aunque esta cinta es de mediados de los noventas, es sin lugar a dudas, el último gran papel de Arnold hasta su retiro político en el 2003. No perdamos tiempo en querer convertir esto en un clásico, o señalar lo irrisorio e inverosímil del mismo, sino dejarse capturar por esos primeros planos en los que con su mirada Arnold nos dice: “Acá estoy… y los voy a cagar a tiros.”
Recuerdo hace unos años, durante el estreno de la nueva película de “Rocky”, un muchacho bastante más joven, al saber que tenía intenciones de ir al cine a verla me dijo: “No podes ir a ver eso, te apuesto a que es una porquería”. A lo que contesté: “No me importa. Es Rocky”.
No me entendió, tampoco me esforcé en hacerme entender, pero para los que ya tenemos unos añitos, y el mundo no era un lugar digitalizado, el placer de ver a un tipo matar a veinte con un tenedor y un revolver de balas infinitas no tiene precio.
Los grande íconos del cine de acción están regresando, más como una despedida que un re inicio. El mundo los necesita una vez más, por la nostalgia de todas esas veces que dijimos “I’ll be back” frete a un espejo, o la vincha roja que llevábamos a la escuela y por hacernos creer eternos, fuertes, grandes e invencibles; mientras nuestros enemigos volaban por los aires en espectaculares explosiones, a nosotros apenas se nos despeinaba el jopo.