lunes, 1 de octubre de 2012

Klaus Kinski (1926-1991).



Días de lluvia. Café, libros, películas y eternas visitas a lugares comunes y otros olvidados en el abanico de lo cotidiano; en un punto muerto con sabor a impertinencia me zambullo en Herzog, en su vampiro y en el hombre detrás de él: Klaus Kinski, el último gran actor del cine alemán.
Pocas colaboraciones han sido tan fructíferas como insoportables. Herzog es grande, Kinski también lo es, pero ambos se volvieron enormes más allá de la pantalla.
Klaus Kinski es ese “maldito genio” al que nos encanta odiar y admirar. Tan macabro como vulnerable, cada una de sus actuaciones te absorbe y sacude mientras de a momentos apartamos nuestras miradas para evitar sus ojos. ¿De dónde proviene esa energía que consigue atormentarnos y enamorarnos al mismo tiempo? Teatro, sexo, Shakespeare, París, celos, lujo, selvas, barcos, dientes e interminables cabalgatas nocturnas.
Aguirre.
Apreciar a Kinski en pantalla es suficiente para disipar cualquier duda en cuanto  a su calidad actoral, pero mi propuesta, para con ustedes lectores, va más allá.
Los invito a descubrir a un ser humano único, un cúmulo de sensaciones e incertidumbres. Donde el amor se vuelve odio y el odio se vuelve una obra maestra. Un ser atormentado por sus propios caprichos, que lo lleva a destruir cuanto tiene, para volver a recomponerlo y así destruirlo nuevamente.  Kinski no actúa, él es. Y aunque pareciera poco novedoso semejante veredicto, su aparición dejaba en claro una genialidad producto de un profundo sufrimiento.
Las duplas exitosas al estilo Burton – Depp, o Scorsese – DiCaprio, no nos son ajenas, más o menos exitosas, siempre respetables pero no siempre geniales. Herzog y Kinski consiguieron algo que pareciera haberse perdido lentamente en el transcurso de la historia. Ese halo de caos y aventura, de sinceridad y desprecio,  la unión de lo natural y lo exótico; han elevado películas como Fitzcarraldo al nivel de lo que se conoce como “cine arte”. Sin embargo a Kinski poco le interesaban esos asuntos, él manifestaba públicamente que su interés era siempre el dinero. Incluso rechazó directores de la talla de Fellini y Truffaut. Pero al mismo tiempo su fama de anti héroe y su conocido mal temperamento lo transformaron en esa ambigüedad que odiamos pero no podemos evitar.
Herzog y Kinski.
Al finalizar su último trabajo en conjunto titulado Cobra Verde (1987), Kinski se acerca a Herzog al terminar la última escena y le dice: “No puedo continuar. He dejado de ser.” Y quizás sea esta la forma en que se despide un genio a quién la inmortalidad ya le es indiferente.
Cuatro años más tarde Kinski muere de un paro cardíaco, no sin antes escribir, producir, dirigir y protagonizar su obra Paganini, la cual merecería un análisis aparte. Bastante material de archivo para el documental “Mein liebster Feind” (1999) donde se retrata la tormentosa relación de estos dos seres.
Recomiendo visiten la filmografía de esta dupla. Sus películas hablan mejor que yo. Y si no han perdido el hábito de la lectura, busquen “Yo necesito amor” la autobiografía (bastante surrealista de a momentos) de Kinski y “La conquista de lo inútil” donde están los apuntes de viaje de Herzog durante el rodaje de Fitzcarraldo

"Me vendo a mí mismo por el precio más alto. Exactamente como una prostituta. No hay diferencia alguna." (Klaus Kinski)

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